Monday, April 17, 2006

Una tradición de más de 25 años

Es un domingo como cualquier otro, el sol en el punto máximo del cenit anuncia la hora meridiana, las calles vacías del barrio San Felipe en la ciudad de Panamá evocan un ambiente de paz, que rompe con el ruido diario de una metrópoli agitada por el afán y las preocupaciones. Las grandes puertas de la catedral abiertas invitan a ofrecer el culto de mediodía, la fascinación turística no baja la mirada que contempla los balcones característicos de la zona en medio de las empedradas y coloniales calles. La música y los gritos que irrumpen a lo lejos llaman la atención y al final de una de sus calles que desemboca a la playa, un gran número de personas se encuentra reunida en una fraternal actividad deportiva. Es la Liga de Softbol de la Playa, que todos los domingos se reúnen en un ambiente de camaradería y unidad comunitaria, donde la alegría invade el pequeño espacio de arena que deja la marea baja, para improvisar un modesto campo de juego. Los jugadores se preparan para el encuentro, los vecinos se acercan con sus familias y amigos para disfrutar del deporte tradicional, los niños por su parte se encargan de los suyo, a un lado de la playa juegan y se divierten recogiendo pequeños cangrejos en sus cubetas, que enseñan con satisfacción ingenua a sus padres.
Inicia el juego con una batazo sorpresivo que de inmediato abre una acción de defensa, el recorrido ágil del bateador a las improvisadas bases son el motivo de los gritos de los fanáticos, mientras se intenta marcar la primera carrera, sólo falta que la siguiente jugada sea efectiva y evite que la bola trascienda los límites del campo, enviándola a los techos de las casas vecinas, “es inevitable que esto pase”, dice uno de los participantes, “a veces tenemos problemas con ellos, tienen razón en enojarse, el tejado puede romperse con un pelotazo”.
El juego continúa mientras cae la tarde y el marcador promete además de un ganador la satisfacción de haber compartido un fin de semana diferente, en compañía de vecinos y amigos, en la playa, al son de buena música, un clima favorable, cerveza fría, y por supuesto, si la marea les permite jugar.