Saturday, December 01, 2018

In Corpore Sano

Más de treinta billones de células posee nuestro cuerpo, enlazándose unas con otras en una danza microscópica conformando con una precisión programática; huesos, tejidos, músculos, órganos, sangre y demás componentes para estructurar un superorganismo que se mueve con el viento, vibra en las noches, respira, canta y se agita erguido de cara al sol.

Ese manojo de elementos anatómicos que definen a cada ser vivo sobre la tierra, ha evolucionado durante millones de años estableciendo una especie de hegemonía de máquinas orgánicas, que luchan constantemente por mantenerse, reproducirse y en esencia, ser.

Pero no somos conscientes de ello. Mientras nos debatimos en  tareas cotidianas, bajo nuestra piel ocurren una serie de explosiones microscópicas, fusiones, actividades mitóticas, simbiosis y muerte, todo esto a un ritmo caótico que si fuese llevado a las dimensiones de nuestro entorno para representarlo, sería algo así como una oscura y violenta lucha de depredación por la supervivencia.

"El cuerpo es un templo"; una afirmación de connotación religiosa ya que deriva de antiguas escrituras, pero que su interpretación debe ir más allá de la deidad que alberga nuestro interior. Nuestro cuerpo merece el tratamiento de veneración. Cerrar los ojos de vez en cuando y escucharlo es sin duda la mejor manera de entenderlo porque nunca para de manifestarse, de hablarnos, y lo hace de muchas formas, pero nuestras ocupaciones diarias nos distraen siempre y nunca nos detenemos, hasta que su paciencia se colma y es cuando aparecen las alarmas. Las dolencias. La enfermedad.

Y dependiendo el achaque llegan los lamentos, la desesperación, el afán por la inmediata mejoría porque se pierde el tiempo, y con ello las ocupaciones, el trabajo, y ante la vulnerabilidad del no ser indispensables, el reemplazo inevitable, porque afuera también se libran absurdas batallas por sobrevivir. El consumismo que nos consume.

Pero la industria química llega con su arsenal de medicamentos presto a bombardear el organismo que ya de por sí, intenta generar escudos para protegerse de los invasores, y antes de lograrlo, las explosiones letales de analgésicos y antibióticos aceleran el proceso de mejoría pero a la vez dejan estragos que se manifestarán posteriormente en nuevas menguas.

Intentamos comprender la vida, su existencia, pero no logramos escucharnos a nosotros mismos quienes tenemos las respuestas, y a través de nuestra propia experiencia podemos alcanzar nuevas formas de aprehensión, de entendimiento. No pasemos inadvertidos los mensajes que produce nuestro cuerpo.