Wednesday, February 26, 2020

Mujer Montaña



Lentamente aprendí a crecer, lejos del tiempo que no pueden ver tus ojos. Y junto a mí, casi tomadas de la mano, crecieron otras como yo en una cadena verde que se extiende sobre la llanura, como las ondas que mueve el mar.
Y te contemplo sin que lo notes, mientras tu juego desborda imaginaciones de colores y fantasía que se convierten en risas que me trae el viento.  Y aunque no me escuches, te hablo en susurros de agua que bajan lentamente, hasta gritar cuando la corriente aumenta y choca contra las rocas, sólo para que sepas que sin esas lágrimas, no podrías calmar la sed de tus días calurosos, bajo ese sol milenario que nunca se apaga. 
Ese mismo sol que ha hecho que broten de mi piel, los más ricos manjares; hortalizas, frutas, legumbres, que no faltan nunca sobre tu mesa, porque siempre hay alguien que aprendió con esmero a labrar con sus manos diariamente sobre mi, montones de surcos para la siembra. 
Es el milagro de la vida, la semilla de la que nace un ser vivo. Hojas verdes que brillan con el rocío de la mañana y se transforman; flores, frutos, pétalos que bailan con la brisa y el canto de las aves que acompañan la armonía que me envuelve. 
Sigo creciendo y me muevo lentamente así te parezca que no es así, porque tus pasos no son los mismos con los que yo avanzo, y sobre mi se seguirán tejiendo leyendas mientras sigas protegiéndome porque ese es tu deber: cuidar de los árboles que me rodean, de los ríos que bajan por mis costados, y de no permitir que nada enturbie su transparente agua, el agua que calma tu sed de los días calurosos de juegos, risas y fantasía.                       



Relato escrito para el Picnic Literario infantil (2018), organizado por Aventuras Para Llevar.